3 sonetos para recordar a Sor Juana Inés de la Cruz

La Décima Musa es una de las autoras hispanas más importantes de la historia.

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Sor Juana Inés de la Cruz
Foto: @cultura_mx / Twitter

El 17 de abril de 1695 murió una de las poetas más importantes de la Nueva España y considerada como una de las intelectuales más importantes de la historia de nuestro país, Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz.

Además de la poesía y la cocina, la Décima Musa también se destacó por su trabajo en el teatro y la prosa, siendo una de las intelectuales más respetada de su tiempo junto con Bernardo de Balbuena y Carlos de Sigüenza y Góngora.

Sor Juana Inés de la Cruz se antepuso ante los desafíos de su época, incluso ante las acusaciones de la Santa Inquisición por su sed de sabiduría, lo que permitió que su obra siga vigente entre las generaciones actuales, pero ahora como el legado de una de las autoras nacionales más importantes de la historia.

Por ello, y para mantener vivió el legado de la Décima Musa, recordamos tres sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz:

Con una reelección cuerda mitiga el dolor de una pasión

Con el dolor de la mortal herida
de un agravio de amor, me lamentaba;
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.

Toda en su mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertos a una vida.

Y ciando el golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro,

no sé por qué destino prodigioso,
volví en mi acuerdo y dije: ¡qué me admiro?
Quién en amor ha sido más dichoso?

Encarece de animosidad la elección de estado durable hasta la muerte

Si los riesgos del mar considerara
ninguno se embarcara, si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera,
ni al bravo toro osado provocara.

Si del fogoso bruto ponderara
la furia desbocada en la carrera,
el jinete prudente, nunca hubiera,
quien con discreta mano le enfrenara.

Pero si hubiera algo tan osado,
que, no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiera gobernar con atrevida

mano, el rápido carro en luz bañado
todo lo hiciera, y no tomara sólo
estado, que ha de ser toda la vida.

Pretende con toda ingeniosidad esforzar el dictamen de que sea ausencia mayor mal que los celos

El ausente, el celoso, se provoca;
aquél con sentimiento, este con ira;
presume éste la ofensa, que no mira;
y siente aquél la realidad, que toca.

Este templa, tal vez, su furia loca,
cuando el discurso en su favor delira;
pues nada a su dolor la fuerza apoca
y, sin intermisión, aquél suspira.

Este aflige dudoso su paciencia,
y aquél padece ciertos sus desvelos;
éste al dolor opone resistencia;

aquél y ella, sufre desconsuelos;
y si es pena de daño, al fin, la ausencia
luego es mayor tormento que los celos.

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