En 2002, el término ecología emocional fue acuñada por los psicólogos María Merce Conangla y Jaume Soler, quienes lo enfocaron en un sentido humanista. Dicho concepto se desarrolló en una investigación que luego fue publicada en el libro La ecología emocional, cuya tesis se enfoca en “ir un paso más allá de la inteligencia emocional”.
Conangla y Soler retoman que la palabra ecología proviene de las raíces griegas oikos, que significa ‘casa’ y logos, que significa ‘conocimiento’. Así que, la ecología emocional se relaciona con el “conocimiento de nuestra casa emocional”.
De manera panorámica, el concepto de ecología emocional habla de equilibrio interior. No obstante, se diferencia de otros enfoques al hacer énfasis en que ese equilibrio personal solo existe si también se extiende a todo lo que nos rodea, en particular, al planeta que habitamos.
Proceso de la ecología emocional
Los psicólogos que hablan sobre la ecología emocional la definen como el “arte de gestionar nuestros afectos, ayudándonos a canalizar la energía emocional derivada hacia el crecimiento y mejora como seres humanos, a la mayor calidad de nuestras relaciones con los demás y a un mejor y mayor cuidado del mundo que nos rodea’”
De manera que el ser humano forma parte de un todo, y que dañar al otro también termina dañándonos a nosotros mismos en la medida que ese todo también nos pertenece. Es por esto que el bienestar no solo depende de nuestro estado individual, sino de la armonía en las relaciones con todo y todos los que nos rodean.
Asimismo, se establece que en un momento dado, cada persona tiene que decidir si orienta su conducta a la creatividad o a la destructividad. En esto no hay puntos medios. Muchas veces las personas no se percatan de que han tomado esa decisión, pero sí lo han hecho. Esto se refleja en sus actitudes, conductas, emociones y sentimientos.
Cabe señalar que la ecología emocional también dicta que, así como en el medio ambiente hay factores que lo contaminan, en la vida individual también existen aquellos que generan un efecto nocivo de deterioro personal, y a éstos elementos les llaman “tóxicos emocionales”.
Estos tóxicos se relacionan con emociones que no se gestionan de forma adecuada y se acumulan, produciendo desequilibrios. Estas se expresan como elementos contaminantes para el entorno en el que nos movemos.
Y a consecuencia de lo anterior, también se establecen vínculos dañinos con otras personas, pues se caracterizan porque hay una contaminación y un deterioro mutuo.
Así que a través de la ecología emocional se plantea la posibilidad de ser menos vulnerable a todos los tóxicos propios y ajenos, mediante la aplicación de algunos principios.
Cómo erradicar los tóxicos emocionales
- Dejar el ego, el orgullo y el narcisismo: Para conseguirlo es importante optar por la apertura, flexibilidad y la generosidad.
- Ejercer la elección: Toda persona puede elegir no aceptar los factores que le hacen daño, bien que sea que provengan de sí mismo o de otros. La asertividad es importante en este aspecto para saber decir que sí cuando de verdad lo quieras sin que esto resulte dañino para ti y los otros.
- Asumir la responsabilidad. Significa no darle una salida agresiva a las emociones negativas, sino ejercer el autoconocimiento, el autocontrol y la autoconfianza para tramitar esas emociones.
- Reforzar la mente. Trabajar por ser más flexibles, aceptar que todos somos interdependientes y evitar las emociones, conductas y actitudes destructivas.
De acuerdo con la ecología emocional, es importante centrarse en la creatividad y desarrollar una forma de mirar la realidad dirigida al juego, el aprendizaje, el trabajo y las soluciones.
A este modelo se le llama CAPA, siglas que se constituyen por 4 factores indispensables para lleva a cabo la ecología emocional.
- Creatividad: Es la capacidad para buscar recursos y soluciones a los conflictos. Así mismo, ser flexible y capaz de cambiar. Estar abiertos a lo nuevo y lo inesperado, y fomentar la curiosidad.
- Amor: Una persona amorosa lleva dentro de sí una fuerza constructiva que le da poder. Imprime ternura en sus acciones cotidianas: humaniza, suaviza y sana. Sin amor, la inteligencia se torna cruel y a veces perversa.
- Pacifismo: Afrontar los problemas y las contradicciones sin agredir o lesionar a los demás. También con cultivar la asertividad y buscar el equilibrio mutuo, a través de esto llega la paz.
- Autonomía: Equivale a la capacidad para vivir en silencio y soledad, sin sentirse incómodo por ello. Así mismo, de convivir sin asfixiar a otros, ni dejarse oprimir. También supone desarrollar el autoliderazgo y el respeto y cuidado por uno mismo.
Sumado a lo anterior, se encuentra el hecho de que estamos conectados con un planeta que necesita de la fuerza constructiva del ser humano para que siga siendo el hogar físico y emocional que todos necesitamos.
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