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Esto sucede en la mente de un niño cuando se le “castiga” a golpes

El castigo corporal es una forma de maltrato hacia las infancias, así como una violación a los derechos humanos.

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Foto: Pixabay

Propinar golpes a un niño o niña para “disciplinar” es una acción que se ha normalizado a lo largo de los años como algo inofensivo e incluso necesario, sin embargo, se trata de una forma de maltrato hacia las infancias.

El Comité de Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sentencia que el castigo corporal “tiene la intención de corregir, disciplinar o castigar el comportamiento de un niño o niña” y, acusa, “es siempre degradante”.

La Unicef afirma que usar la fuerza física como un modo de castigo, al igual que las humillaciones, “aun cuando sean con la intención de educar, son una forma de maltrato y una violación a los derechos humanos”.

Erradicar la idea de que la violencia es una forma de educar

Desde lo cultural, la sociedad ha reproducido y validado que los golpes e insultos son un modelo de crianza, usando frases como: “más vale un castigo así a que se convierta en delincuente”, “te lo merecías por no obedecer” o “solo a golpes aprenden”.

Estas ideas normalizan la violencia e impulsan la “creencia de que ‘todas las madres y padres lo hacen y no produce daños en los hijos e hijas’”, sentencia la Unicef.

Consecuencias en los menores

No obstante, las afectaciones que viven las infancias al ser objeto de agresiones físicas y verbales dentro de su núcleo familiar no son pocas, ni mucho menos se deben tomar a la ligera, invalidar o hacer a un lado.

Cuando un niño, niña o adolescente está a punto de ser golpeado como un modo de castigo, lo primero que pasa por su mente es miedo en el grado máximo, a lo que se le denomina terror.

Cuando les ha sido propinado el golpe llega el dolor en el cuerpo, seguido de la impotencia que se presenta ante el profundo dolor emocional tras la imposibilidad de cambiar la ira, enojo o frustración que padece la madre, el padre o la persona responsable de ellos.

Debido a que el menor tiene la idea de que la opinión de sus padres sobre lo ocurrido o sobre él no cambiará comienza a desarrollar, como un modo para sobreponerse, un mecanismo de adaptación a la violencia, ya sea con comportamientos violentos o con obediencia extrema.

Las consecuencias para los menores van desde trastornos en la identidad, baja autoestima, sentimientos de soledad, ansiedad, angustia, depresión, generación de más violencia, exclusión del diálogo y sufrimiento de daños físicos que pueden llegar incluso a la muerte.

Por ello es urgente dejar de practicar y difundir el castigo corporal como algo aceptable en la crianza de las infancias, y en lugar de esto es necesario que madres y padres trabajen en el manejo de sus emociones y en la expresión de estas para evitar recurrir a la violencia.

Con información de Unicef

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