Cuatro poemas de José Emilio Pacheco a siete años de su muerte

El poeta mexicano murió a la edad de

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José Emilio Pacheco
Foto; @cultura_mx / Twitter

Este martes se cumplen siete años del fallecimiento de José Emilio Pacheco, uno de los escritores más importantes de la literatura nacional y cuyos libros han marcado a generaciones enteras de mexicanos.

El 26 de enero de 2014 Pacheco murió consecuencia de paro cardiorrespiratorio dejando atrás un rico acervo literario conformado por poemas, ensayos, cuentos y, por supuesto, novelas, algunas de ellas –como Las batallas en el desierto– clásicos nacionales.

A raíz del séptimo aniversario luctuoso de José Emilio Pacheco decidimos compartir cuatro poemas para difundir esta parte menos conocida del autor de El principio del placer, pero que le valió el respeto del gremio y hasta ser condecorado con el Premio Cervantes.

Memoria

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.

Presencia

¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.

Garabato

Escribir
es vivir
en cierto modo
y sin embargo todo
en su pena infinita
nos conduce a intuir
que la vida jamás estará escrita.

Los elementos de la noche

Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.

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